La educación de la mujer
Carmen de Burgos y Segui
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A MI QUERIDA HERMANA
CATALINA DE BURGOS SEGUÍ.
El que desee hombres grandes y virtuosos, que eduque a las mujeres en la grandeza y la virtud.
Una de las cosas que preferentemente deben llamar la atención de la sociedad, por su gran importancia y necesidad es la cultura y educación de la mujer, de la que dependen la civilización y el progreso de los pueblos.
Tarea demasiado ardua para nuestra pobre pluma es el ocuparse de punto tan importante y trascendental, y solo el deseo que nos anima de dedicar nuestros esfuerzos a contribuir, en la medida que nos sea posible, a la gran obra de la regeneración social, cuya base es la educación de la mujer, nos hace emprenderla en cumplimiento del deber que todos tenemos de llevar aunque no sea mas que un grano de arena, para levantar ese colosal edificio del que la mujer es la base sobre que ha de descansar la suerte de las sociedades futuras.
En la educación de la mujer está la solución de los problemas sociales que tanto nos afectan, pues como dice De Segur «Los hombres hacen las leyes y las mujeres forman las costumbres»
En efecto, la mujer es la que desempeña los más altos destinos en el hogar doméstico, es la guardadora de los intereses materiales, la depositaria del honor de la familia, la que influye con sus consejos y su ejemplo en las decisiones de su esposo, y por último, la que tiene la sublime misión de formar el tierno corazón, que semejante a blanda cera, está pronto a tomar la forma, digámoslo así, que quiera dársele.
El niño, desde su más tierna infancia, abre su corazón a tos sentimientos afectuosos por medio de las caricias y el amor de su madre; y así es que los que han tenido la dicha de ser educados por una madre tierna, ilustrada y virtuosa, jamás olvidan sus principios y en medio del caos de sus extravíos ven brillar una luz que no ha podido apagar el huracán del mundo:
Las primeras ideas inculcadas por su madre.
¡Cuántos hombres han debido su grandeza a las que les dieron el ser! Díganlo los ejemplos de San Agustín, Constantino, Napoleón y otros muchos que sería prolijo enumerar.
El hombre más fuerte, el tirano más cruel, es esclavo de la mujer que lo domina y lo subyuga con sus encantos, disponiendo de la autoridad que a él le pertenece.
Por esta razón se debe hacer de la mujer un elemento de progreso y engrandecimiento social, religioso y moral; y esto solo puede conseguirse por medio de una buena y sólida educación, que debe descansar en principios religiosos; pues sin esta base nunca podríamos llegar a obtener los resultados apetecidos.
El ser humano recibe en el momento de su animación, en estado de germen todas las facultades de que Dios lo ha dotado, y si bien es verdad que estas facultades se desarrollan por sí mismas en virtud de las leyes de la Naturaleza, no podrían nunca alcanzar más que un desarrollo imperfecto, a no ser por la educación que es la que las desenvuelve de un modo conforme con su naturaleza y les hace alcanzar el mayor grado de perfección posible.
Por esto dice Gray en su Elegía escrita en el cementerio-de un pueblo. «Acaso descansa aquí un corazón animado en otro tiempo de celeste llama, acaso hay aquí enterradas manos dignas de sostener un cetro o de despertar las sublimes armonías de las liras. —Pero la ciencia no ha desarrollado jamás en su presencia esas grandes páginas enriquecidas por los despojos del tiempo; la fría miseria reprimía sus noble impulsos y ahogaba en su alma las inspiraciones del genio. —¡Cuantas piedras preciosas del más puro brillo están perdidas en los abismos del Océano! ¡Cuántas encantadoras flores abren su capullo, ostentan sus bellos matices y prodigan sus perfumes a las brisas del desierto!»
La gran importancia que vemos tiene la educación hace que sea preciso en el educador un detenido estudio, y conocimientos profundos en esta materia.
Los padres casi nunca pueden dedicarse a educar por sí mismos a sus hijos, ya porque no posean conocimientos para ello, ya porque la necesidad de entregarse a sus faenas lo impida, y hasta en las clases que por su posición y conocimientos pudieran dedicarse con éxito a tan honrosa tarea, vemos que la sociedad les hace crearse una multitud de deberes que les impide dedicarse a éste. Además, no basta el amor que Dios ha puesto en el corazón de los padres, y que se observa aún en los irracionales, haciendo que la leona amamante y defienda sus cachorros y que las avecillas busquen las materias de que han de fabricar el nido a sus polluelos; no, la educación no puede ser fruto del amor ni el instinto, sino de estudio y los conocimientos adquiridos.
Las Maestras reemplazan a la madre en esta sublime misión, ellas tienen que nutrir la tierna inteligencia de las niñas, ellas tienen que formar su carácter, desarrollar sus facultades, dirigir sus instintos y sentimientos, y enriquecer su inteligencia con los conocimientos que les comuniquen, para que más tarde puedan llenar los santos y delicados deberes que están llamadas a desempeñar en el hogar doméstico, donde como madres, son maestras, y como esposas consejeras.
La mujer tiene dotes preciosas e inapreciables, como son, un corazón tierno y generoso, un alma elevada y sensible, un carácter ligero e impresionable y una imaginación viva y perspicaz.
Ahora bien, estas cualidades constituyen un peligro si no se contienen con la moral más severa y la piedad cristiana, para evitar la soberbia que su superioridad le pudiera hacer concebir, y que quisiera traspasar los límites que Dios le señala, dando oídos a las sugestiones de su amor propio y no cumpliendo la sagrada misión que en el hogar le está encomendada.
La mujer virtuosa y educada sabe rodear de encantos a las personas de su familia y hacer que el esposo, hastiado de sus tareas ordinarias, encuentre a su lado la paz y la alegría, conservando puro y brillante el cristal de la ilusión que nos oculta la espantosa realidad de la materia.
Necesita la educadora para poder llenar su difícil cometido poseer una gran suma de conocimientos, amar tiernamente a sus discípulas ver en su ministerio un sacerdocio y comprender la gran responsabilidad moral que entraña, ya se considere bajo el punto de vista individual o social.
La educación no consiste en ciertos adornos que comúnmente se le enseñan a la mujer, sino en el desarrollo y perfección de todas sus facultades, enseñándola más a pensar que a brillar; más a ser respetable que fascinadora; inculcarles los sentimientos religiosos y el hábito del trabajo para que comprendan que todos, hasta las clases más altas de la sociedad, tienen el deber de contribuir con su trabajo físico o intelectual al desarrollo y progreso de la humanidad evitando la ociosidad, causa y raíz de los vicios; y que es mayor el placer que experimenta una pobre obrera al cubrir su cuerpo con un modesto vestido de percal fruto de su trabajo, que el que experimenta la gran dama que se engalana con regias joyas para asistir á un sarao.
Es preciso no olvidar que hay que educar madres y esposas, y contraer preferentemente la atención a este objeto.
Lo primero que debe procurar la educadora es no descuidar la educación física para que sus alumnas gocen la mayor salud, energía y robustez posible y que puedan ser madres de familia en vez de jóvenes nerviosas y anémicas, incapaces de desempeñar el más ligero trabajo. Hay que hacer desaparecer la preocupación de que el desarrollo físico perjudica la belleza de las formas o puede dar a la mujer un aspecto demasiado varonil. El desarrollo físico lejos de perjudicar favorece a la belleza, y así se observa que los pueblos de la antigua Grecia, donde tan gran importancia se daba a la educación física, llegaron a poseer un grado de belleza que hace se citen justamente como modelos, a juzgar por las magníficas estatuas que de ellos han llegado hasta nuestros días y que sin duda están tomadas del natural.
Convendría, pues, que se generalizase la gimnasia entre el sexo femenino, y no se olvidara ninguno de los cuidados que la Higiene nos aconseja, procurando hacer desaparecer las preocupaciones de las que creen, que contrabando la naturaleza, dando al pié, al talle y a todo el cuerpo un aspecto artificial por medio de corsés e incómodos vestidos, se consigue más belleza estética, cuando lo que se hace es destruirla, perder la salud y llegar por esos medios hasta el decaimiento de la raza y el empobrecimiento de la nación.
No menos importante es la educación física para el buen éxito de la educación Psíquica, porque el cuerpo es el instrumento de que se vale el alma para manifestarse al exterior, y cuanto más apto sea, mejor podrá ejecutar sus concepciones.
La constitución física de la mujer hace que en ella domine más que en el hombre el sistema nervioso, y que su sensibilidad sea más delicada, digámoslo así.
En esto se ha de fijar particularmente la que eduque para dirigir la sensibilidad convenientemente, evitando los excesos y que sus educandas se hagan en vez de sensibles, sensibileras, que todo las afecte, o que el abuso llegue a agotar el sentimiento, que tan gran papel representa en nuestra vida.
Vemos que hay en nosotros una inclinación marcada hacia todo lo que nos halaga, y procurarnos librarnos de todas las sensaciones desagradables, así es, que cuanto mejor dirigido sea el sentimiento con más facilidad nuestra voluntad, de acuerdo con él, solo se decidirá a obrar lo que sea lícito y moral; omitiendo sin violencia y solo por inclinación lo que sea contrario a esto.
El primer sentimiento que se desarrolla en el alma del niño es el amor, y la educadora debe cuidar que el germen del amor no se extinga en su alma, haciendo de ellos seres egoístas, sino que se desarrolle y se haga extensivo a todos sus semejantes, para que brote de él la caridad; en cumplimiento de la hermosa máxima del Crucificado que envuelve toda la moral de la ley divina: Amaos los unos a los otros.
Con no menos cuidado hay que evitar que la emulación, tan común entre el sexo femenino, llegue a traspasar los límites en que debe estar contenida y se den los tristes ejemplos de luchas y enemistades tan comunes por desgracia.
La mujer bien educada debe estar por cima de estas debilidades, porque la educación la hace ser culta, discreta, indulgente, sensible, fiel y modesta.
El sentimiento estético es innato en la mujer y de él podemos sacar un gran partido, porque el amor a lo bello hace que lo busquemos siempre tanto en el orden material como en el moral.
Mas no consiste la educación estética en hacer que se acostumbren a amar lo que halague sus sentidos, sino que es preciso hacerles conocer y apreciar la verdadera belleza, que existe en «Todo lo que sin repugnar a la razón halaga al alma»
En efecto; si vemos una pobre mendiga sucia y haraposa que pide un pedazo de pan necesario para su sustento, y que en el momento que con sus súplicas llega a conseguirlo, cuando se prepara a llevarlo con ansia a la boca, se le acerca un niño que mira con tristeza aquel pan de que él carece, y entonces esta mujer dominando sus necesidades y sus pasiones da su pan al niño para ir ella a buscarlo a otra parte donde no sabe si lo encontrará... Ninguna belleza tiene la mendiga, su aspecto nos es repulsivo, pero la acción que ha ejecutado halaga nuestra alma porque envuelve una gran belleza moral.
Mas si en el momento que se verifica la escena descrita pasa una mujer hermosísima, rodeada de todos los refinamientos del lujo y la coquetería y se ríe desdeñosamente a la vista de estos infelices, notaremos que a pesar de halagar nuestra vista como estatua nos repugna por su falta de caridad, lo que nos demuestra que hay belleza física, mas no belleza moral.
Por eso como decíamos antes, hay que acostumbrar a la mujer a no dejarse llevar de las impresiones de sus sentidos, sino que reflexione y busque la belleza verdadera, la que es de un orden más noble y elevado que la material, la que Dios infunde; la belleza moral.
Para el desarrollo del sentimiento estético, así como para toda la vida de la mujer, es de gran importancia la imaginación y no debemos descuidarla pues de ella puede depender la felicidad o la desgracia de toda nuestra existencia.
La imaginación es uno de los mayores dones de que Dios ha dotado al alma, ella nos pinta el porvenir con colores risueños; ella evoca imágenes de felicidad en medio de nuestras amarguras: sin ella se haría insoportable la vida, sobrevendría el desaliento y no tendríamos la constancia y la fuerza necesarias para trabajar con el objeto de conseguir el ideal que nos presenta, ya sea este la gloria, la felicidad etc.
La imaginación unida al sentimiento estético, es la que constituye el genio, la que da vida a las obras del pintor, del poeta y del escultor, y la que es el origen y fuente de donde brotan las obras de ingenio y de arte que son el asombro y la admiración del mundo.
Pero el desarrollo de la imaginación requiere un gran esmero: si se exalta demasiado es una de nuestras mayores desgracias, pues si bien dirigida engendra artistas y contribuye a la felicidad alentándonos en ambiciones nobles, mal dirigida o exaltada engendra locos y visionarios, nos disgusta de la vida real, fingiéndonos ideales falsos e imposible, y hace que nos forjemos quimeras y fantasmas, ambiciones locas y desmedidas imposibles de realizar, y que constituyen nuestra desgracia. Bien dirigida impulsa al heroísmo, y en caso contrario es el origen de la mayor parte de los crímenes de la humanidad.
En las mujeres es muy temible el extravío de la imaginación, porque estando reducidas a un círculo mucho más estrecho y limitado que el de los hombres, y debiendo generalmente dedicarse a trabajos más prosaicos y monótonos, si tiene una imaginación novelesca y exaltada se disgusta de ellos, anhela lo imposible y se hace desgraciada, contribuyendo a que lo sean las personas que la rodean.
Por el contrario, la imaginación bien dirigida es uno de los más inestimables dones en la mujer; ella hace que todo lo alegre y lo embellezca, le sugiere medios de agradar y complacer a los que la rodean, y preside a la colocación de todos los muebles y enseres de la casa, en la que se nota el gusto artístico que la hace agradable al esposo que viene a buscar en ella el descanso de sus trabajos y fatigas.
El medio de evitar el extravío de la imaginación es el cultivo de la razón, que es la facultad anímica que funciona, como reina y señora de todas las demás.
Todo el trabajo de la educadora debe tender al buen desarrollo de la razón, porque ésta nos librará de errores; nos hará juzgar con verdad y sin apasionamiento, nos librará de las equivocaciones, evitando que adornemos con las galas que cree nuestra fantasía seres imaginarios, labrando nuestra desgracia, y por último nos hará reflexionar y conocer nuestros sentimientos.
Una razón bien desarrollada no admite sofismas engañosos; todo lo que no es verdadero, bueno y justo, es rechazado por ella; y si pudiésemos ver el alma de los que se dicen ateos en el momento de negar la existencia del Supremo Hacedor, veríamos como a pesar de todos sus argumentos la razón les grita contra la doctrina que propalan.
La razón nos da el conocimiento de nuestra propia dignidad, de la sublime misión que tenemos que llenar en la tierra y de los sagrados deberes que nos están encomendados.
Todo el trabajo de perfección de las facultades que necesita hacer la educadora, ha de descansar sobre una base sólida y verdadera, que es la religión.
El sentimiento religioso es también innato en el corazón del hombre, pues en el fondo del alma de todos los seres racionales existe algo que podemos considerar como una intuición de la Divinidad, y que hace que hasta los salvajes, que no tienen la más ligera noción religiosa, comprendan que hay un Ser superior a ellos, como nos lo prueba el hecho de adorar al sol, los astros y las fuerzas de la Naturaleza.
Desarrollar este sentimiento ilustrándolo, he aquí lo que ha de hacer la educadora. La mujer ha de ser ilustrada, no ha de abrigar supersticiones y tiene que ser verdaderamente religiosa, conociendo y amando a su Creador, y cumpliendo por amor a Él sus deberes, practicando los actos religiosos con todo su corazón, no con los labios ó de pura fórmula.
La religión es la base sobre que descansa la sociedad. La Historia nos lo prueba. Antes de la aparición del cristianismo consumía a la sociedad el más horrible anarquismo y la relajación más absoluta de sus vínculos.
Los padres tenían sobre sus hijos los derechos más despóticos y las mujeres eran miradas como cosas. El matrimonio casi no existía, por la facilidad de los divorcios y Juvenal nos habla de una mujer que llegó a tener 8 maridos; y S. Francisco de un hombre que llevaba 20 esposas.
Únicamente él pudo poner fin a este estado de cosas; santificó el matrimonio haciendo a la mujer compañera del hombre y no esclava, dignificó a nuestro sexo y trajo al mundo la paz extinguiendo los privilegios de nacimiento y poder, para hacer a todos los hombres hermanos y unirlos con los lazos de la bendita Caridad.
Por eso la mujer tiene doble obligación de amar a su Redentor, a Jesús, a esa gran figura que llena con su grandeza todos los ámbitos del Universo, que selló con su sangre su doctrina y que dió su vida en aras de su amor á los descendientes de Adam; y con conciencia de sus deberes debe mostrarse digna del puesto que el Dios hombre le ha asignado en la sociedad.
Mas para que conozca sus deberes, la mujer tiene que ser instruída. Un hombre ilustrado gusta de una mujer bien educada que lo comprenda y que pueda compartir sus goces y sus pesares, asociándola al consorcio del espíritu y no a la comunidad de la materia, y satisfaciendo la noble ambición del alma.
Sostienen algunos que las condiciones intelectuales de la mujer son inferiores a las del hombre, habiendo llegado el Dr. Gall a sostener que la constitución de su cerebro es diferente al del hombre, y que su falta de desarrollo la hace inferior a él, por lo que están sujetas a más superaciones y debilidades.
Sin embargo otros sabios muy eminentes han combatido con éxito esta teoría, y está probado que en todas partes que se han establecido estudios superiores para nuestro sexo, éste ha dado evidentes muestras de su aptitud; y que únicamente la falta de cultura en que se le tiene sumido, es lo que da esa apariencia de superioridad intelectual al hombre.
Por fortuna en las sociedades modernas hay una marcada tendencia hacia la cultura femenina, y ya se abre a la mujer la puerta del Templo de las Ciencias, cuando hace poco se la privaba del conocimiento de las primeras letras.
La mujer no debe ser solo materialmente la compañera del hombre, no debe vivir con él en el divorcio intelectual, sino que debe comprenderlo y ayudarle con sus consejos, para poder vivir unidos con esos lazos morales que son los que no pueden romperse nunca, los que forman la unión y la identidad de las almas.
La enseñanza de las labores ejerce en la vida de la mujer una influencia eminentemente moralizadora; es un medio de subsistencia en las clases pobres, en la clase media un recurso que evita gastos de otro modo inexcusables, y un entretenimiento agradable y provechoso para las clases acomodadas; y sea cualquiera su rango en la sociedad, ocupándose en las labores se pasa útilmente el tiempo y se preserva de los peligros de la ociosidad, encontrando medios de ocupar la imaginación, creando a veces, verdaderas obras de arte y preciosos cuadros de gran riqueza de colorido, valiéndose de ese diminuto pincel que se llama aguja.
Hasta hace pocos años las labores eran lo único a que se reducía la enseñanza femenina, pero ya, afortunadamente, sin abandonar estas, se enseña a la mujer todas las ciencias, se la instruye en Higiene y la Economía, que tan importante papel juega en el interior de la familia, y se le da una instrucción sólida y provechosa.
Es opinión muy debatida si la mujer debe dedicarse solo al cuidado del hogar o puede desempeñar otros oficios que los de esposa y madre.
Esta última es la misión de la mujer, en ello encuentra especial gusto y sus instintos, sus juegos de niña, todo, en fin, la inclina á la vida tranquila y pacífica del hogar, donde ella tiene su trono; pero como hay muchas mujeres que por circunstancias especiales se ven obligadas a buscar su sustento y el de sus familias, debe procurarse dar a la mujer una profesión con la que pueda estar en actitud de atender a sus necesidades.
Con esto se evitaría la desgracia de muchas mujeres, a las que la miseria y las necesidades materiales obligan aá ejecutar actos que su razón rechaza; y el gran número de matrimonios que se verifican sin la meditación y desinteresado cariño que un acto tan trascendental requiere; y que gran número de jóvenes den su mano, sin entregar su corazón, al primero que las solicita, con el fin de asegurarse una posición que no pueden conseguir por otro medio, por aquello de que la mujer no tiene más carrera que el matrimonio.
En América y en algunas naciones de Europa, como Suecia y Francia, se da a la mujer una educación que le permite desempeñar mucha profesiones, carreras, artes y empleos; y en España se opera un movimiento favorable en este sentido.
En el ejercicio del Magisterio tiene también ancho campo para demostrar sus aptitudes, en él puede dedicarse con fe al mejoramiento de la sociedad, en él puede prodigar su cariñosa ternura, convirtiendo la escuela en una prolongación del hogar doméstico, y en él puede desenvolver con el ejemplo, los gérmenes que existen en las tiernas plantas que a su lado crecen y se desarrollan, para que puedan convertirse en árboles frondosos que den abundante y óptimo fruto, llevando al partir de esta vida el consuelo de haber podido ser útil en algo a sus semejantes.
Este libro pertenece a la colecciòn Alba Learning.
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La educación de la mujer | 37:18 | Read by Alba |
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